Así es
la rosa,
por
Martín Lucía
@_MARTINLUCIA
En Piedra
y cielo, libro de Juan Ramón Jiménez, aparece su poema más breve y
uno, de estos, de los breves, más conocidos de la lengua española:
¡No le toques ya más,
que así es la rosa!
Ayer aparecía una noticia
desagradable, de esas que te dejan ausencia de luz en el pecho: se marcha José
Antonio Reyes del Sevilla F. C. (por segunda vez). Y muchos se han planteado
una pregunta: ¿Qué hubiera sido de Reyes si se hubiera tomado el fútbol de otro
modo? (Con este eufemismo quieren decir que qué hubiera pasado si se lo hubiera
tomado en serio… Como si de un oficinista o un registrador de la propiedad se
tratase).
Y oyendo esta propuesta de
vida-ficción, este intento tan humano e inútil de querer saber la historia de lo
que pudo haber sido, me vino este poema del moguereño. Y pensé: “No la toquéis
más, que así es la rosa”.
Así que no, no toquéis a mi
gitano. Porque más allá de diatribas, fácilmente rebatibles (sólo hay que ver
el palmarés del utrerano), yo me quedo con eso, con lo de la rosa. Don José
Antonio Reyes es el futbolista con más cualidades y más clase innatas que yo he
visto jugar y demostrarlo en el Ramón Sánchez Pizjuán (yo he visto el tiempo
detenido y en balanceo en su pecho, mientras amortiguaba un balón largo en el
mismo). No digo el mejor o el más productivo, que ahí le compite y gana
Frederic Kanouté. Pero sí el más genial (yo he visto el silabeo del viento en
sus botas, cuando el balón del cielo descolgaba en un control). Y utilizo este
calificativo (tan mal empleado hoy en día) a propósito: genial, de genio.
Porque don José Antonio Reyes es un genio de esto. Un ungido. Un señalado. Y,
como genio, ungido y señalado que es, es una persona sometida a la inspiración,
al arbitrio de la belleza y su busca.
¿Adónde hubiera llegado? Pues
llegó allí donde quiso y donde muy, muy pocos llegan (solo los genios): a los
sueños de los que lo han visto jugar.
Decía Sabina que, en otras
vidas, le hubiera gustado ser:
Al Capone en Chicago,
legionario en Melilla,
pintor en
Montparnesse,
mercader en Damasco,
costalero en
Sevilla,
negro en Nueva Orleans.
Yo, no. Yo quise y quiero ser
Reyes, si otra vida hubiera. Y entender el fútbol como él lo entiende que es
desde la sencillez que procura la elegancia. Yo quise y quiero ser Reyes
sorteando rivales y anidando sueños (en otros) contra el Valladolid; Reyes
con el corazón trompeándole por el pecho contra (permítanme) el Real
Betis Balompié, Reyes en Varsovia viendo a Bacca desmarcarse en dirección
contraria a las matemáticas.
Don José Antonio Reyes ha
llegado donde pocos llegan: al pecho del que paga por poder sentir. Uno llega a
un estadio siguiendo un amor y persiguiendo un sueño. Y genios, y solo genios,
como don José Antonio Reyes tienen la capacidad de alcanzar ese sueño y hacerlo
suyo, tuyo, nuestro y justificar un amor desaforado.
No se va solo un futbolista. Ni
siquiera se va solo un genio. Se va quien mejor supo hacer realidad del deseo.
Quien veía el mar donde otros solo ven un río.
Adiós, capitán, mi capitán. Gracias por ser quien yo
quise ser. Gracias por defender a tu equipo, a nuestro equipo, como yo lo
hubiera defendido.
Queda en mí tu recuerdo, que no
es nostalgia, sino enredaderas de sueños logrados, de goles cantados y de
abrazos con los míos.
Ojalá la vida te trate como tú,
sin saberlo, trataste la mía.